La monarquía que exigió Israel a Dios no tuvo un buen comienzo bajo su primer rey Saúl. Según León J. Wood en su libro Profetas de Israel, el primer problema que tuvo que enfrentar fue la unificación de las doce tribus, que vivían completamente independientes. Esta no era una tarea fácil y Saúl nunca llegó a completarla.
Por otra parte Saúl sufrió una grave perturbación emocional y comenzó a sentir celos de David sospechando que iba a ser su sucesor. Muchos de sus últimos años los gastó en perseguir a David, hasta que al parecer, muchos de sus seguidores le perdieron afecto.
Finalmente muere en la batalla del monte de Gilboa, ante la embestida de los filisteos.
Es interesante mencionar lo que destaca Wood con respecto a la relación de Saúl con el personal religioso de su época, ya que la misma no era muy buena. El único profeta , Samuel, tuvo que decirle por dos veces que había sido rechazado por Dios para continuar gobernando. En cuanto a los sacerdotes basta recordar que Saúl mandó a matar en Nob a ochenta y cinco de ellos, a causa de que Ahimelec, el sumo sacerdote, había prestado cierta ayuda a David (1 Samuel 22:17-19).
El gobierno de David aparece en un fuerte contraste con el de Saúl. David asumió cuando el reino estaba dividido y los filisteos dominaban la situación. Él unió al pueblo y construyó un reino que llegó a ser virtualmente un imperio.
Se puede concluir entonces, en cuanto al devenir histórico, que cada vez que el pueblo de Dios era conducido por alguien que estaba dispuesto a seguir la voluntad de Jehová, el pueblo se unificaba, podía gozar de paz y prosperidad a través de las bendiciones y la presencia de Dios.
Saúl quería seguir su propia voluntad, David se diferenció por seguir la voluntad de Dios. Puede ser que Jonatán haya captado esta actitud de David en contraste con la de su padre, y esto influyó positivamente en su admiración y respeto hacia este campesino en el comienzo de su relación de amistad.
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